el Falcon Crest español

Desde que me casé gran parte de mis vacaciones las paso en el norte, bueno, norte no, más al norte que el norte, justo donde los romanos decían que acababa la tierra… y en cada viaje, fuera de ida o fuera de vuelta siempre teníamos la misma queja, no encontrábamos sitios chulos donde mereciera la pena parar, descansar y  conocer.

Esta carencia la notamos un poco más desde que tuvimos a los niños, durante los 640 kilómetros que separan Madrid de Ferrol nos hemos encontrado situaciones curiosas y tan surrealistas como el tener que calentar un biberón al baño María en un bar por que no tenían ni un microondas, algunas y que han hecho que Manu y yo nos volviéramos un poco «especiales» a la hora de tener que parar cosas tan normales como pueden ser dar un biberón o cambiar pañales, llegando a cuadrar las horas claves  con alguno de los dos paradores que pasamos por la  A6, Benavente o Villafranca.

El pasado 14 de Septiembre tuvimos una boda y justo una semana después de haber terminado nuestras vacaciones, recorrer los 640 kilómetros de vuelta y parar en los paradores de siempre volvimos a subir a Galicia. La ida se nos hizo corta, íbamos a la boda de “los titis” (los tíos de mis enanos), estábamos ansiosos de que llegara esta boda que llevábamos esperando años como agua de mayo, Verónica ha sido un hueso duro de roer,  y donde los enanos  iban a ser protagonistas junto a los novios, ¡iban a ser los pajes!.

La boda fue perfecta,  la novia iba espectacular, el novio radiante, el sitio idílico y mis niños… que voy a decir de mis niños…. Para comérselos.

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Pero como siempre, todo lo bueno se acaba rápido y el viaje de vuelta llegó enseguida, mi cabecita estuvo en continuo funcionamiento intentando buscar alguna posibilidad para que ésta fuera un poco más amena, pero esta vez fue gracias a dos personas encantadoras (y eso que una de ellas es gallega jejejeje) descubrimos un sitio que se ha convertido en una parada obligada en nuestro itinerario de nuestros largos viajes ya que es ideal tanto con niños como sin ellos.

Cerca de los Ancares y las Medulas se encuentra Cacabelos,  enclave privilegiado dentro corazón de la comarca del Bierzo, tierra de extensos viñedos, (algo que a mi me sorprendió, ya que mi cultura de vinos es bastante escasa y no salgo de los albarinos, rueda o rioja) descubrimos un palacio de piedra que data del siglo XVIII y que rodeado de pequeñas casas típicas de la zona nos dejó alucinados por su belleza y estado puro.

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El palacio de los señores de Canedo fue construido en 1730, diseñado para el arte del cultivo del vino pero con el desuso durante años llegó a estar en un estado ruinoso hacia los años 80 hasta que José Luis Prada, un antiguo legionario que comenzó como  vendedor de zapatos y  más tarde reconvertido en embajador nacional de los productos de su tierra, lo reformo y construyo poco a poco llegando a lo que es hoy, una bodega moderna con la mejor tecnología, restaurante  especializado en comida casera leonesa y posada señorial de 14 habitaciones, integrado perfectamente en el enclave donde se encuentra.

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Tenia claras sospechas que mi cultura en cuanto a restauración gallega- leonesa se refiere es bastante patética, vamos, que deja mucho que desear, pero esta sospecha se ratificó cuando descubrí que el tal Prada no solo tenia esta maravilla de sitio, si no que  tiene todo un imperio desde Santiago a Madrid, pasando por León  y La Coruña, Imperio, que nació de la nada y que gracias  a su saber hacer y al boca a boca ha convertido un simple negocio familiar en un referente de éxito.

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Era lunes y aunque nos habían asegurado que iba a estar abierto,  tanto Manu como yo que somos bastante negativos, él por que lo lleva en la sangre, es gallego y o, la verdad es que no se de donde me viene, probablemente por mi parte también gallega, íbamos un poco preocupados por si teníamos que tirar de  plan b por si la cosa fallaba y que estaría bastante complicado en unos kilómetros a la redonda,  pero nuestra sorpresa fue monumental cuando no solo no estaba cerrado si no que estaba lleno!.

Una vez que cruzamos la puerta de esa casona de piedra y madera, nos trasladamos a una época donde las cosas pasaban a un ritmo más tranquilo y si me apuras,  a un parque temático de la gastronomía, donde se puede visitar cada una de sus zonas,  desde la bodega, la parte de envasados de sus conservas, el palomar donde vivía Prada con su familia durante los veranos,  hasta cada uno de los viñedos gracias a un trenecito. (también se hacen visitas guiadas)

El día era precioso, sin mucho calor pero con un sol radiante, enseguida los niños estaban correteando alrededor del palacio cotilleándolo todo….

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Bajamos a la bodega y descubrimos las barricas donde el vino descansa hasta que llega su momento.

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Entramos en la zona de envasado, donde vimos los pimientos amontonados en cajas recién recolectados y a la espera de ser limpiados  y empaquetados.

Conocimos el coche hippy de Prada, con el que recorría las calles de Cacabelos y con el que se hizo famoso saliendo incluso en los periódicos de la época y  recientes.

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pero pronto el hambre empezó a hacer acto de presencia y decidimos subir a comer, como era relativamente temprano tuvimos la suerte de poder comer en el balcón de la casa, algo que nos permitió saborear las vistas privilegiadas de la zona.

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El encabezado de la propia carta, hecha de madera, me aumentó el apetito, “ Para disfrutar de la cocina de nuestra tierra….. platos hechos con cariño que seguro que te sorprenden por su autenticidad….. y un consejo, no dejes de pedir, aunque solo sea una copita de nuestros vinos, disfrutaras de mas que los sabores y te alegrara el alma….. disfruta a tope”

No sabíamos que elegir, todos los platos apetecían, son los típicos platos que por lo menos a mi me llevaron de golpe a mi infancia, platos que sin ser de excesiva elaboración no se pueden olvidar por muchos años que pasen, esos platos que te hacia la abuela cuando la ibas a visitar al pueblo, morcilla, embutidos, picadillo, huevos fritos de corral….. platos que ahora que  aunque se hable tanto de la nueva cocina hay que recordarlos por que la buena cocina ha existido desde hace siglos.

No se podía pedir más, un día espectacular, unas vistas de postal, una compañía inmejorable… pero la guinda al pastel la pusieron los propios trabajadores del Palacio con su hospitalidad  y buen hacer, que añaden un punto más al sentimiento hogareño que se respira, incluso el propio Prada se preocupa de pasar mesa por mesa preguntando si todo esta a nuestro gusto y estrechando la mano a cualquiera que se le cruce al grito de ¡A tope!

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Tras la comida y una larga visita a la tienda donde como es de suponer no salimos con las manos vacías, nos montamos en el trenecito para recorrer los viñedos, a mi me avisaron y yo os aviso a vosotros, que el trenecito es muy chulo y  a los niños les encanta pero hay que tener  cuidado por  que no seria la primera vez que alguno se cae en alguno de los acelerones del conductor 😦 , ¡agarrad bien a los enanos!.

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Prada dice que el no ha inventado nada, pero sea como sea, todo el que lo conoce vuelve, y nosotros volveremos.

P.D. Gracias María y Javi, con este tipo de consejos turísticos os vamos a hacer nuestros guías particulares!

3 pensamientos en “el Falcon Crest español

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