By María.
El Puerto de Mogán nos quedaba a unos 20 km de Playa del Inglés, y la verdad que vale la pena visitarlo, un precioso enclave de la costa canaria.
Se trata de un puerto pesquero que ha sucumbido al turismo. En él encontramos complejos de apartamentos de no más de 3 plantas construidos ex profeso, muchas calles peatonales, casitas de colores, estrechos callejones, coloridas flores, bungavillas…. Si os digo la verdad, es como si nos hubiésemos trasladado a cualquier pueblecito del Mediterráneo.
Al Puerto de Mogán le apodan «Pequeña Venecia», enseguida descubrimos el porqué de dicho sobrenombre. Posee una pequeña red de canales de agua salada conectados entre sí con avenidas y pequeños puentes decorados con maceteros llenos de flores de vivos colores.
Desde uno de los puentes que cruzamos, siempre a pie, mis peques se entretuvieron con la visión de un auténtico banco de peces. La marea estaba bajando y se veían saltar, entrelazándose,… un espectáculo. Un espectáculo que algún gato de la zona aprovechaba, bajando por las rocas e intentando pescar alguno para darse un buen festín.
La primera vez que visitamos Puerto de Mogán (que fueron unas cuantas durante nuestra estancia en la isla) coincidió en día viernes, y resulta que todos los viernes se instala un mercadillo que ocupa los muelles pesqueros y el cual fue muy entretenido para los niños.
Al lado de este muelle, se encuentra un atractivo puerto deportivo, con preciosas embarcaciones (ay, si me toca una «primitiva»!!), sus restaurantes, cafeterías,…
Una de las razones por las que visitamos varias veces Mogán, fue sobretodo cuando Nacho tuvo que regresar a Madrid a trabajar, es porque posee una pequeña playa de arena dorada muy bien protegida, perfecta para llevar a mi «sirenita» y pequeño «tritón»; sin peligro de despistarme y que venga una ola y se los lleve dando tumbos…. je, je… Mis hijos son muy cafres en el agua.
Fueron ellos los que desde la orilla, divisaron un submarino!… Pues si señores, otro atractivo de este enclave es el «submarino amarillo» con el que podemos visitar el mundo subacuático cual capitán Nemo. Por supuesto no lo dudamos me puse manos a la obra.
Reservamos los tickets por internet, así nos salían un poco mejor de precio, y con nuestros pequeños aventureros nos sumergimos en las aguas del Atlántico a bordo del «Golden Shark», para nosotros y creo que para la mayoría de la gente: «el yellow submarine».
Gabriela y Alejandro estaban muy nerviosos y yo también pensando que había tirado el dinero de los tickets, en mi pensamiento se barajaba la posibilidad de que llegado el momento de embarcar, surgiesen dudas a mis grumetes tales como: miedo a meterse bajo el mar, claustrofobia, etc… Pero no, mis peque respondieron bien, y si nos despistamos nos dejan atrás a su padre y a mí!!… ja, ja, ja….
Al subir nos realizaron la foto de rigor (que luego te la venden al marchar) y uno a uno bajamos por la escotilla, escaleritas abajo al interior del submarino.
Tomamos asiento. Cada dos asientos disponían de una pequeña pantalla con la que podíamos ver todo lo que acontecía en la superficie del submarino: el momento de inmersión y de emersión. Delante nuestro un gran ojo de buey por el que disfrutamos de las vistas que nos ofrecía el fondo marino.
Allá vamos!… El Golden Shark comenzó su descenso a las profundidades (unos 20-25 metros descendimos), por el ojo de buey sólo veíamos un montón de burbujas, pero a medida que nos sumergíamos la visión se aclaraba por completo, comenzando así nuestra peculiar excursión.
El fondo estaba cubierto de un montón de piedras, no esperéis ver corales ni vegetación alguna, eso fue un poco lo que a nosotros los mayores nos defraudó un poco (te imaginas otra estampa), pero de todas formas no deja de ser una experiencia sensorial y sorprendente sobretodo para los niños, que en cuanto comenzaron a ver diferentes tipos de peces desfilando ante nuestros ojos,… más bien baile de peces que desfile, sus rostros eran una mezcla de explosión contenida y sorpresa.
Sargos, viejas (pez típico de la zona, no es que viésemos unas ancianas haciendo submarinismo), samas, pez trompeta y alguna estrella de mar posada sobre una piedra… Son algunas de las especies que pudimos contemplar bajo el mar.
Otra de las cosas que vimos allí abajo fueron dos pecios (barcos hundidos) que daban cobijo y proporcionaban un ecosistema a algunos de estos ejemplares que os he mencionado.
Observando el panorama que tenía frente a mi, se me ocurrió que aquello era como cuando visitamos un acuario, pero con los papeles invertidos: ahora eran los peces los que se acercaban para investigarnos a nosotros a través de un cristal. Los niños se reían ante mi observación.
Era hora de regresar a la superficie, una vez más las burbujas de aire frente a nosotros y no se el motivo, pero a Alejandro le producían un ataque de risa… burbujitas!!
Los que quisieron tenían la oportunidad de subir a cubierta y ver desde allí la maniobra de amarre. Alejandro y yo nos quedamos solos abajo y aprovechamos para ver la pequeña cabina desde donde se tripulaba el Golden Shark. Un habitáculo bastante pequeño y con menos botones de lo que yo imaginaba… je,je,je…
Unos 40 minutos de duración tuvo nuestra aventura submarina, y la disfrutamos muchísimo.
Si queréis más información, podéis encontrarla en http://www.atlantidasubmarine.com
No muy lejos de Mogán, en Arguineguin, en el barranco de la Verga, encontramos Anfi del Mar. Después de nuestro viaje de «siete leguas», nos dirigimos allí para pasar el resto del día en la playa.
Esta pequeña playa artificial está integrada en una urbanización pero es de uso público. Tiene unos 80 metros de largo por 35 metros de ancho, arena fina y dorada y aguas cristalinas. Es como si nos hubiésemos trasladado a una playa tropical. Es un lugar tranquilo, menos los fines de semana que está a tope de gente y para llegar a la orilla debes practicar «salto al guiri»… es una carrera de obstáculos de toallas, bolsas, colchonetas… Así que si vais, no lo hagáis en fin de semana!.
Allí pasamos una estupenda tarde con los peques, incluso alquilamos una «pedaleta» con tobogán incorporado para darnos un paseo, esta vez sobre el mar!.. ja,ja… Aquí tengo que decir que Gabriela pasó mucho miedo, ya que la pedaleta zozobró bastante al pasar una lancha rápida a nuestro lado. La niña se puso a llorar pensando que nos íbamos a hundir. El vigilante de las pedaletas se nos acercó en su moto acuática para comprobar que estábamos bien, y seguidamente se fue a por los de la lancha rápida para echarles un buen rapapolvo!. Una vez superado el trance, ya pudieron disfrutar del tobogán y relajar nervios. Todo una experiencia!!